La banalización del discurso de salud mental: Un speaker motivacional no es tu terapeuta

No, no estás solo en tu tema de salud mental. Pero tampoco todo el que habla de salud mental puede ayudarte.

Hace 16 años fundé Mente Sana con una misión clara: acercar herramientas científicamente validadas a quienes más las necesitan.

Desde entonces, he visto una tendencia que pasó de ser curiosa a volverse peligrosa.

Primero llegaron los “expertos” en felicidad. Después, los gurús de la productividad. Más tarde, los abanderados del propósito. Y ahora, muchos hablan de salud mental.

El entusiasmo no es el problema. Lo grave es la falta de formación y experiencia clínica con la que se abordan temas tan sensibles.

Hoy vemos profesionales sin trayectoria en salud mental subiéndose a la tendencia, hablando de depresión, ansiedad o burnout como si fueran simples estados de ánimo.

El riesgo es enorme:

  • Se trivializa el sufrimiento real de las personas.
  • Se postergan procesos de ayuda profesional porque se confía en frases inspiradoras.
  • Se confunde motivación con intervención, dejando a las organizaciones sin soluciones efectivas y con una falsa sensación de acción, pero sin resultados reales.

🧠 El cerebro humano no se cambia con lo que aprendiste en un tiktok y porque uses la palabra neuro en tu presentación. 💔 Un trauma no se resuelve con una historia bonita, por más inspiradora que suene.

La motivación inspira, sí. Pero no todo el que emociona está preparado para acompañar de verdad.

La salud mental no se improvisa. estamos hablando de la vida de las personas Exige ciencia, ética y experiencia real. No discursos vacíos.

Porque no todo el que te motiva está capacitado para acompañarte.


El doble riesgo de banalizar la salud mental

Cuando la conversación se queda en la superficie, aparecen dos extremos igual de peligrosos.

  1. Que todo se perciba como un problema de salud mental. En esta visión, cualquier tristeza, frustración o desmotivación se etiqueta como “depresión”, “ansiedad” o “burnout”. El riesgo es patologizar emociones normales. Sentirse triste o inseguro en ciertos momentos es parte de la vida humana, no necesariamente un trastorno.
  2. Que nada se reconozca como problema real. El otro extremo es minimizar señales claras de sufrimiento con frases como “es solo una etapa” o “sal con amigos y se te pasa”. El riesgo aquí es invisibilizar condiciones graves. Usar términos clínicos a la ligera trivializa la experiencia de quienes sí enfrentan una enfermedad incapacitante.

El equilibrio está en la alfabetización emocional. Ni todo es un trastorno, ni nada lo es. Lo saludable es aprender a diferenciar entre un malestar pasajero y una condición clínica, y saber cuándo buscar ayuda profesional.


La salud mental no se gestiona con frases motivacionales ni con buena voluntad. Tampoco se resuelve con una conferencia motivacional que deja la ilusión de cambio… pero todo vuelve a estar igual o peor unos días después.

Si una organización quiere cuidar de verdad a su gente, necesita dejar de ser reactiva y empezar a ser proactiva: no basta con pagar consultas cuando los colaboradores ya están afectados; hay que fortalecer antes su capital psicológico, sus estrategias de afrontamiento y sus hábitos de bienestar sostenibles.

Eso implica entrenar a los líderes para que desarrollen su coeficiente emocional y comprendan que su estado se contagia. La forma en que gestionan sus emociones y la seguridad psicológica que promueven impacta directamente en los resultados de la compañía, pero también en la vida de las personas que lideran.

Es tiempo de tomarnos en serio la salud mental y entender cómo fortalecerla desde la prevención, la ciencia y la responsabilidad compartida. Solo así podremos cambiar el rumbo del deterioro silencioso que estamos viviendo en el mundo laboral y social.


Estos son los pilares mínimos a tener en cuenta:

  1. Diferenciar inspiración de intervención. Un speaker puede emocionar, pero un especialista transforma con metodologías, evidencia y procesos sostenibles.
  2. Formar líderes emocionalmente responsables. Las emociones son contagiosas. Un líder que regula su estrés contagia calma y enfoque; uno que no lo hace, multiplica el desgaste de todo el equipo.
  3. Pasar de la reacción a la prevención. Invertir en salud mental no es solo atender crisis, es entrenar resiliencia, cultivar recursos emocionales y crear culturas cerebro amigables donde el bienestar sea parte del día a día.
  4. Medir el impacto. El bienestar no es intangible: se refleja en rotación, ausentismo, engagement y productividad. Lo que no se mide, no se mejora.
  5. Basarse en evidencia. La salud mental no se improvisa. Se construye con programas serios, protocolos claros y prácticas respaldadas por investigación.

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